Bestias sulfurosas roían sus
pensamientos más profundos, soñaba con despertar en algún palacio romano,
litigando contra Dios o contra el Diablo, mientras su espíritu se elevaba hacia
horizontes eternos. La noche caía dulcemente y el solaz veraniego era un
delicado descanso, en recompensa por la planeación y ejecución de las ideas más
robustas y soberbias de su post-humanidad. Más bien, cabría hablar de su
pre-humanidad, porque no se puede considerar humano a quien piensa como
fiera de caza, y vive al compás de los instintos más profundos, mientras su
cabeza se mece entre regazos de bestias innombrables.
El invierno era su estación favorita,
los témpanos eran más bellos, más adustos y fríos.
El ocaso era un sueño cercano, cada vez
más cercano, cada pensamiento calibraba sus ideas más firmes, las ideas de una
revolución de espíritu, un zarpazo ético de corte nietzscheano, pero basado en
una dieta estética de estricto "filosofismo" material.
Los Ángeles lloraban cada vez que sus
pensamientos contaminaban sus plegarias; el mismo Lucifer vaciló cuando vio que
sus sueños eran superados en majestuosidad por los de Varg Vikernes. La razón
se convirtió en un pretexto de su osadía y el black metal en un vehículo de su
pantone ideológico-musical.
Noruega fue su patria, pero el infierno
fue su hogar. El frío templaba sus emociones, asegurando una razón griega
clásica con adornos escandinavos. Las runas que desfilaban en su pensamiento en
realidad eran saetas del más allá, un grito lejano de desesperación, un intento
por salvar el vacío interior.
Sus ojos de alabastro veían pasar la
vida en cámara lenta, un soplo de coníferas vacilaba al pasar por sus orificios
nasales, y su imaginación desplegaba sus alas para irse a lugares ignotos,
lugares bellos y desconocidos ¡Oh sabiduría, oh esplendor de ecos livianos,
fortalezas de oro que encubren al que reposa su cabeza en los trazos de Solón!
Pero cuando uno se decide a "la
vida", tiende a forzar los lazos de la comunidad y la moralidad,
provocando no sólo una convulsa tentación de "vivir", sino un
torbellino de ideas que se expresa casi siempre, con la misma humanidad del que
evoca las pesadillas del inferno.
Su natural pragmatismo y euforia
espiritual lo llevó a involucrarse con el inner
circle. Los incendios de iglesias llegaron pronto, de repente la noticia
salió en los principales diarios del país. Estuvo preso por ello; pero ello era
un simple juego de niños, incluso el asesinato de su amigo de andanzas
musicales; después de todo, no fue tan difícil asesinar a un burgués disfrazado
de rebelde.
Con su liberación, fue a probar suerte
en tierras más hostiles y salvajes.
Por azares del destino terminó en una
cárcel mexicana, por un delito común en el país: violar y matar a una menor de
edad a cambio de una cantidad ridícula de dinero.
Después de asesinar a su compatriota
creyó conocer los terrores más furibundos de los hombres. Craso error, la brutalidad
y la bajeza no tienen fondo, y lo pudo constatar durante su corta estadía en el
penal conocido como Almoloya de Juárez.
La ideología burguesa ha conquistado el
corazón de los ciudadanos de países desarrollados, al punto de creer que los
valores éticos son universalmente compartidos, que siempre habrá un atisbo de
razón, una luz que ilumine el fango, aún
cuando seamos conscientes de haber roto el pacto social.
Como sucede siempre en los países menos
"civilizados", la justicia tiene un precio, y en un principio, Varg
se negó a pagarlo, confiando demasiado en su fortaleza moral y física.
Aun el haber violado y matado a una
niña le daba una posibilidad de salir impune en este país chabacano. Sin embargo,
su corazón triunfante anhelaba conocer a esas bestias de la humanidad, esos
homúnculos brutales que habitan las
cárceles mexicanas.
El natural desprecio que sentía hacia
las culturas inferiores, se transformó en un amor, no idílico, sino fatal.
El sueño se confundía con la vigilia.
Desde su llegada al penal se convirtió en la prostituta favorita de presidarios
sin piedad, que le llamaban "la nische", seres desalmados que lo
obligaban a usar minifalda y moños de colores. Lo sometieron sin dificultad, decían "mira a la güera, está bien sabrosa" "presta pa'
cá", "a ver mi amor te habla el pelón" y demás bajezas dignas de
un calabozo de perros sarnosos.
La primera vez que se resistió fue
terrible, lo atravesó un palo de escoba, y ello no fue como un honorable
empalamiento medieval, sino una grosera falta de respeto a sus partes más
nobles ejecutada por las gentes más groseras y estúpidas de la estirpe humana.
Su orgulloso orificio anal fue perforado y atropellado por los miembros más
sucios y salvajes. Tuvo que sentir la fuerza bruta sobre su humanidad. De un
golpe derribaban sus ideas más celestiales. Un galope impetuoso de golpes con
fierro y cadenas salpicaba de sangre el cuarto donde supuestamente estaría a
salvo. Nunca conoció jerarquías, porque él estaba en la base de la pirámide,
como si fuera el miembro menos deseado de la comunidad, no sólo por haber
negado al soborno, sino por su presuntuosa intelectualidad.
Su pre-nazismo se transfiguró en
pre-cristianismo, una evocación de culpa y horror. Por primera vez las lágrimas
poblaron su semblante, al sentir que le arrancaban su pija a mordiscos
obscenos, mientras lloraba sin interlocutor; sólo contaba con las risas de los
espectadores. Los reos más infames de la prisión se carcajeaban sin piedad.
Sexo, violencia, sudor, semen y música
banda; su nariz y sus ojos se acostumbraron a la putrefacción que asaltaba su
cuerpo. Su cara deformada daba cuenta de la vileza en que cayó.
Lo habían matado por dentro, por fuera
solo era un pedazo de carne blanca, pálida y miserable, sus ojos ya no
delataban soberbia sino asombro y terror. Sus libros, estaban llenos de cagada
ajena, sus trastos orinados y su ropa lustrada de excreciones humanas. Así
vivió un par de meses, el hombre que soñó con el despertar de una Europa
pagana. Hasta que rogó a sus abogados que sobornaran a todos los que fuera
necesario.
Después de salir de aquél infierno
tropical, le quedó grabado un recuerdo con cincel. En su peor día de estadía, (porque
aún cuando el día es malo, siempre se puede poner peor. Schopenhauer dixit), cuando un obeso de ojos rasgados
lo penetraba, mientras tocaba una banda de metal extremo (por el aniversario de
la prisión, que ofrecía un día de campo para la comunidad) escuchó que se
llamaban Brujería, y tocaban el extraño tema "Matando Güeros". Entre
el dolor, el lapsus intelectual de
peyote y los riffs de machete, sintió
que vislumbraba una nueva verdad. La antigua fuerza bruta; pero no la concibió
como antes, sino en todo su sentido visceral, como un navajazo inesperado en la
yugular, mientras se degusta un buen platillo en algún buen restaurante.
¿Has sentido el miedo como en tu primer
asalto a mano armada? ¿Has sentido el genuino odio sin razón de tu vecino? pues
ahora multiplícalo por 100 y dale la bendición del Papa, y ahí tienes un bocado
de sociedad.