Creímos que el inmutable destino que guiaba nuestras vidas, era lo que comúnmente se conoce como suerte, pero era más que eso, era una prerrogativa, una licencia dada a ciertos individuos de la manada, con el fin no explícito de perpetuar, y mantener sana y salva a la especie. El delito y el pudor no entraban en nuestro cristalino y básico, pero efectivo "sistema de valores".
Pero un día, la iluminación llegó a Ptolomeo
y dijo:
-Sólo puedes estar seguro de dos cosas,
que te vas a morir, y que te vas solo, todo lo demás es tema de especulación...
Estábamos sentados, en un restaurante
de comida tradicional italiana, con sus manteles a cuadros, y su fuerte aroma a
olivo, y por cada mesa una botella de vino tinto. Después de una pedagógica y
lúcida plática más, concluyendo con las palabras antes descritas, Ptolomeo sacó
su revólver, mientras yo terminaba mi spaguetti a la carbonara; sonriente y
despreocupado como siempre, mirándome a los ojos como a un hermano, colocó el
cañón del arma en su boca y se voló los sesos. Mientras yo, acostumbrado al
estruendo y al arte violento, terminé lo que quedaba de vino, brindé por mi
fiel compañero con las últimas gotas de la botella.
En unos minutos llegaron los federales,
los detectives y el servicio médico forense, y yo fui arrestado, pero liberado
en menos de 12 horas. Yo seguí con mi vida de acuerdo a lo que estaba pintado
en el pizarrón del destino, hasta que conocí a Sasha.
Sasha era de origen oriental, con
modales de mexicana clasemediera y un refinado gusto por el arte plástico. Vino
de visita a México por cuestiones académicas y le gustó tanto el país por su
amplia cultura en términos generales, que abandonó su tierra natal para
instalarse definitivamente en tierras mexicas. La conocí en alguna galería de
arte, ubicada en el centro de la ciudad; me increpó por haber pateado a un
perro que evidentemente intentaba comerse un bocado que traía en la mano. La
primera vez que pedí disculpas fue aquél nefasto día. Me castigó con su mirada
de fuego y me ofrecí para servirle como guía durante el recorrido en la
exposición, porque los artistas eran mis amigos y yo su mecenas, unos pupilos
más entregados a la ruleta rusa del arte contemporáneo.
Al terminar el recorrido (nada digno de
mención), fuimos a comer a algún puesto de comida callejera, y hasta ese
momento caí en la cuenta de que traía una criatura entre brazos. La bebé, en
sus brazos, era adorable, con sus ojitos rasgados desmañanados, pestañas
prominentes, y unos labios apenas visibles, miraba sin dirección ni propósito,
como los ojos del perro callejero. Su naciente cabello rizado, negro, daba una
sensación de ternura y sorpresiva admiración, porque había algo que no encajaba
en ella, su movimiento antinatural hacia el cielo, cada vez que le hablabas.
Me extrañó que la niña no era suya, pues
era encargo de su amiga, aunque la niña se aferraba a ella como si fuera su
verdadera madre, y en un primer intento trató de morder mi dedo, cuando rocé su
mejilla con mi pulgar.
Estábamos parados en ese puesto color
amarillo y, después de comer, mientras pagábamos, me encargó a la bebé, (para
buscar algo en su bolso), que ya no se mostró reacia hacia mí, se amoldó a mis
brazos, pero ¡oh destino inescrutable, yo creí haberlo visto todo! La bebé
tenía cara de vieja, una vieja horrible desdentada y arrugada, que me susurraba
palabras obscenas, que me chuparía la pija, que me iba a matar a punta de
cuchillo, y que le daba menos asco una mierda de rata de cloaca que yo... en
ese breve lapso, desabrochó mi camisa, y comenzó a besarme el pezón, sin dejar
de proferir obscenidades, y cuando Sasha volteó ya era una bebé normal. Ante mi
azoro, mucho después, me di cuenta que estaba sangrando en mi pecho. Tuve que tirar esa camisa, porque apestaba a libertinaje y crimen.
Ya no volví a ver a Sasha nunca más,
pero esa bebé sigue frecuentándome en sueños, me dijo que, ahora que aprenda a
caminar va a rajarme el pescuezo mientras duermo. A veces creo verla en los
ojos de cualquier bebé, a veces en la cara de algún delincuente de poca monta,
pero es en sueños donde el miedo cerval se apodera de mí, dice que tiene una
máscara de Ojo con Sombrero, como los Residents, y que así se va a aparecer,
que no importa lo que haga, que ese pensamiento que iluminó la cabeza de
Ptolomeo ella se lo susurró, que si ella quiere, un sólo par de palabras bastarán
para destruirme, que su aliento es capaz de derribar árboles, que la gente común
no lo ve, que ella asumirá las riendas del destino de aquellos que se creen
indomables, de aquellos que no creen en la fuerza de la locura, de aquellos que
se creen de corazón indómito y de voluntad de acero. ¡Maldita seas! ¿bebé?
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