"Cuando caminaba, lo hacía con movimientos suaves y elásticos, con ese replegarse y estrecharse un tanto tímidos, propios de quien está acostumbrado a recorrer siempre erguido una serie de habitaciones vacías, y donde cualquier otro parecería tropezar pesadamente contra invisibles rincones del cuarto desierto"
Robert Musil.
El carácter de un hombre no se forma en la sociedad, ni siquiera en familia, es en la escuela donde los latigazos de realidad delinean su alma preconcebida y semi-moldeada.
Lo que llaman neoliberalismo, se respiraba desde mucho antes en las escuelas privadas. Por eso, los que más se sorprendieron de los brutales cambios en las relaciones socio-económicas salieron de escuelas públicas. Yo tuve la ¿fortuna? de vivir en carne propia tanto lo que se experimenta en las aulas privilegiadas como en las públicas.
Mi descenso escolar se debió a una repentina caída en las finanzas familiares, así que, de un instituto de gran nivel, pasé, a mitad del camino, a un colegio medio fresa por la colonia Condesa. Colegio más o menos respetable que ofrecía becas a los hijos de burócratas que sacaban arriba de 8. Pero el éxito no depende de aptitudes escolares, sino de tu fiereza para no dejarse vilipendiar por todo tipo de lobos adolescentes que, a la menor provocación te ponen el pie sólo por pasar el rato mientras mascan chicle.
Siempre tuve la certeza de que los zapatos deportivos que traías y el efectivo que guardabas en los bolsillos, era tu carta de presentación en cualquier escuela. Mi temor a ser la burla nunca terminó, hasta que caí en la entonces peor secundaria pública del lejano Distrito Federal. Una vez que se toca fondo el mismo cuerpo te exige que te levantes.
Es en la escuela primaria donde se reconocen los primeros esbozos de la crueldad humana en su más fina y tosca expresión, como diamantes en bruto; y yo experimentaba una sensación entre lujuriosa y religiosa cada vez que descubría un nuevo esbozo de personalidad. Mis descubrimientos eran en su mayoría sutiles, aunque algunos rayaban en lo grotesco, y no por ello eran menos importantes. Por ejemplo: el rey de los golpes siempre desprendía un olor a caca fresca, la niña regordeta que siempre lloraba cuando sacaba 9 guardaba en su lapicera una colección envidiable de plumas y lápices de todo tipo -¿futuros burócratas?-, el ladrón de la clase siempre lucía impecable y olía a leche, o el bufón del salón, que siempre traía un zapato con las agujetas mal puestas.
De entre todo el alumnado, en la clase había un chico especial, un talento nato.
-Mira es el hijo de mi compañera, Federico, va en tu salón- Dijo mi madre cuando lo conocí.
Lo recuerdo como el hijo pródigo de la clase trabajadora. Su piel a la Fin de Semana en Acapulco (bronceado perfecto), y su peinado a la Marlon Brando, su relativa baja estatura, junto con su mirada penetrante de ojos entre verde y miel. Tenía un aire burlón y malvado, la gente de bien lo respetaba, desde el más nerd hasta la directora. Su promedio era superior a 9 y parecía que pronto representaría al país en la olimpiadas, por lo menos en natación.
-Hola Fede- Hay que guapo- saludos a tu mamacita- le decían.
Los ricachones del salón lo odiaban, sin duda, no sólo por su aspecto de pequeño Dandy, a veces su caminar daba la impresión de que en cualquier momento bailaría un tango, no, era porque no había mujer que no se pusiera nerviosa en su presencia, no sólo las compañeras, sino las mamás de los alumnos, en su mayoría hubieran querido amamantar a un ser tan elegante y prodigioso como Federico. En el salón, de manera explícita o implícita, tenía derecho a besar a la que fuera, Sally, la niña que parecía traída desde las lejanas tierras británicas, la niña española, con su apellido raro, y sus piernas de atletismo imperial, a las bellezas nacionales.Todas parecían rendirle honores a este ser casi minúsculo, pero imponente, en la alberca hasta pequeños cuadros se formaban en su abdomen ¡Maldita sea, y yo en ese entonces ya tenía dos lonjas!
Lo único que le echaban en cara, era su relativa pobreza, pues para los miembros de aquél infame colegio, si tu papá no andaba haciendo negocios en el extranjero, eras un miserable más ¡Y vaya que calaba! Hasta los profesores hacían gala de estas cuestiones de la fortuna. Dios siempre está donde está el negocio.
Y yo trataba de aprender de él, de sus modales, a veces me ignoraba, no sacaba nada provechoso de un ser insignificante como yo, más que un ¿me prestas sacapuntas?
Al salir del colegio, cada chaval desapareció como si nunca hubiéramos existido. Más de una década después tuve noticias nefastas de Federico. Pues las tragedias que suceden a la gente brillante son las que más gustan a la gentuza y las que más rápido se propalan.
Sentí mucho su accidente, tuvo su cuasi James Dean, sólo que quedó paralítico. La promesa de la clase media baja en silla de ruedas. Lo imaginé, sonriente, optimista, con su soberbio peinado, riendo a Dios, perdonándolo por esa mala broma.
Pero ya sea por la melancolía adquirida, por el desinterés de los que antes le amaban, o simplemente por permanecer tanto tiempo en el mismo sitio, Fede cedió a la desesperanza, su agudeza y tacto de artista de las relaciones sociales se vio mermada por una paulatina y cancerosa visión del mundo exterior. Lo imagino escuchando algún disco de Elliott Smith, exigiéndole a la vida, medio iracundo y medio desfallecido, o tal vez escribiendo poemas de sangre que algún día la posteridad cobijará en su sagrado seno.
Donde quiera que estés amigo, brindo por esos tiempos, por esa soberbia nietzschiana al contestar a los profesores, por esa altivez juvenil y descaro que escupías con la mirada. Si llegas a leer esto, querido amigo, a tu memoria. Salud.
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