Mi primer pasó crujía sobre huesos roídos por ratones. El edificio negro
con sus caracteres antiguos (arabescos), era parte de una serie de ruinas
antiquísimas violadas y saqueadas por enloquecidos seres infrahumanos ¿o súper
humanos? Los gritos eran de dolor, de
angustia pero también de placer y de
naturaleza animal. Similar al gemido de un mamut cuando aplasta a felino
moribundo, a una parvada de pterosaurios, un remolino de perros volando en el
aire a más de 600 metros. A pesar de la
obscuridad, se distinguía claramente la realidad en vahos amarillentos. Vi ríos
y riachuelos escoltados por vegetación raída, exageradamente viva, la plantas
también eran asesinas. Sobre los ríos, las cabezas de infantes eran el
sustituto del guijarro, estaba enterrados como zanahorias. Unos chillaban,
mientras algún reptil de dos patas devoraba sus ojos como si fueran huevos.
Giré unos metros a mi derecha. Entré en una bóveda, donde miles de seres
torturaban a otros. Incluso, el Diablo era víctima también, pues el mal no
conoce límites; éste reclamaba su antigua autoridad, mientras una nube de
moscas devoraba lo que quedaba de su vientre. Un enano, tuerto, con orejas de
soplillo, rebanaba lo que quedaba de su muslo en un aparato similar al que se
usa para el jamón. Saetas, alabardas y espadas romanas, era la instrumentación
favorita. Pero la tecnología también estaba presente. Una cámara
semitransparente, mostraba, similar a un horno de microondas, a algún ser
humano que en cuestión de segundos lo transformaba en una planta. Después de
quedar reducido a mierda, se creaba vida nuevamente. El milagro de la ciencia.
En otra cámara, el rumor a
carnicería se filtró hasta mis pulmones, un hombre enloquecido, lanzaba su
machete, con los ojos vendados mientras uno a uno pasaban a la
cámara. Antes de terminar una palabra, ya habían perdido un brazo, o una pierna,
o media cabeza. Del cuello del verdugo, pendía un camafeo antiguo, con un
rostro terrible y feroz. Los ojos eran de lumbre e hipnóticos. Eran los ojos de los niños cuando quieren
obrar mal sin saber el porqué.
En el depósito central, llamado
también palacio real, era el lugar donde se acumulaban las heces, los orines y
demás viles excreciones. La porquería, era llevada ahí, por drones, que
recogían constantemente el material para depositarlo ahí. El elegido, tenía el
derecho a hacer con ese material lo que le pluguiese. El más preciado de todos.
Las heces de los demás. El palacio real podía tener hasta 2 o 3 huéspedes a la
semana, hasta que los ciudadanos del infierno consideraban que era tiempo de
mandarlo a la hoguera previamente bañado en lava.
Antes de poner un pie en esa
porquería, yo ya estaba preparado, porque me tragué el "Immortal
Rites" de Morbid Angel. Mi cerebro
ya estaba preparado para el horror al paso de la locura.
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