El ser humano es el más pequeño y
necio. Si todas las cosas se ajustaran a sus justas proporciones, las hormigas
serían gigantes. Pero la más grande es la mantis religiosa. Lo que voy a
narrar, unos lo llaman la epidermis del todo, otros lo inenarrable.
Todo era tierra caliza, y
retumbaba con olor a azufre. La penumbra era plomiza. Se batían un par de
mantis con movimientos de ballet, la delicadeza de los movimientos daba la
impresión de una pintura de Degas. Lo que nosotros vemos como lentos y torpes
movimientos, eran feroces y velocísimos golpes, pero artísticos. Su mirada, que
parece dirigida al cielo, es parte de un mortífero ataque con pesadillas. Una
mancha negruzca interminable, la olas del mar que se transforman en llamas, un
árbol de hielo y mil cosas que existen pero no queremos ver. Cualquier cosa
imaginada es lanzada a la mente del adversario. La mantis es la mensajera del
ser -supremo-ser. Así se baten estos
seres supremos, el ataque es visual, físico y mental. Ahora entiendo el porqué
de los aficionados orientales a las peleas de mantis. Sus ojos son rasgados
porque no ven con los ojos. La evolución natural de su raza tiende a volverlos
ciegos. Paradoja humana, los ciegos son videntes que pueden viajar a través de
los astros y se comunican cosmológicamente. El más vivo es el más obtuso. El
más inútil es un santo.
Después de ver la grandiosa pelea
de las mantis, noté que algo crujía bajo mis pies, pero yo apenas lo había
notado, "profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo
profetizaba; y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su
hueso"(Ezequiel 36,7) y la muerte era vida. El frontispicio griego con
grabados arabescos era el telón de fondo. Cabezas de niños rodaban como pelotas
mientras jugaban a detenerse con la lengua, sus lenguas de camaleón. Ahora el sol
quemaba y perforaba la tierra. Las mantis devoraban las cabezas y los huesos
volvían a la vida. El milagro de la
naturaleza. Aquella música extraña subía de volumen. De aquél antiquísimo
cráter salieron unos tipos con cabeza de ojo y sombrero de copa. La música
tribal que interpretaban sobre una nube de polvo era para volver locos a los
locos. The Residents viven allí, al precio de la tortura infinita.
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