sábado, 11 de julio de 2015

La cordura es de los animales domésticos


El ser humano es el más pequeño y necio. Si todas las cosas se ajustaran a sus justas proporciones, las hormigas serían gigantes. Pero la más grande es la mantis religiosa. Lo que voy a narrar, unos lo llaman la epidermis del todo, otros lo inenarrable.

Todo era tierra caliza, y retumbaba con olor a azufre. La penumbra era plomiza. Se batían un par de mantis con movimientos de ballet, la delicadeza de los movimientos daba la impresión de una pintura de Degas. Lo que nosotros vemos como lentos y torpes movimientos, eran feroces y velocísimos golpes, pero artísticos. Su mirada, que parece dirigida al cielo, es parte de un mortífero ataque con pesadillas. Una mancha negruzca interminable, la olas del mar que se transforman en llamas, un árbol de hielo y mil cosas que existen pero no queremos ver. Cualquier cosa imaginada es lanzada a la mente del adversario. La mantis es la mensajera del ser -supremo-ser.  Así se baten estos seres supremos, el ataque es visual, físico y mental. Ahora entiendo el porqué de los aficionados orientales a las peleas de mantis. Sus ojos son rasgados porque no ven con los ojos. La evolución natural de su raza tiende a volverlos ciegos. Paradoja humana, los ciegos son videntes que pueden viajar a través de los astros y se comunican cosmológicamente. El más vivo es el más obtuso. El más inútil es un santo.

Después de ver la grandiosa pelea de las mantis, noté que algo crujía bajo mis pies, pero yo apenas lo había notado, "profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba; y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso"(Ezequiel 36,7) y la muerte era vida. El frontispicio griego con grabados arabescos era el telón de fondo. Cabezas de niños rodaban como pelotas mientras jugaban a detenerse con la lengua, sus lenguas de camaleón. Ahora el sol quemaba y perforaba la tierra. Las mantis devoraban las cabezas y los huesos volvían a  la vida. El milagro de la naturaleza. Aquella música extraña subía de volumen. De aquél antiquísimo cráter salieron unos tipos con cabeza de ojo y sombrero de copa. La música tribal que interpretaban sobre una nube de polvo era para volver locos a los locos. The Residents viven allí, al precio de la tortura infinita.

No hay comentarios:

Publicar un comentario