sábado, 10 de junio de 2023

Beodos del Honky Tonk

Fue a unas cuantas millas de Memphis, un garito llamado Mayflower, -jejeje qué descaro-, donde chicas con los senos a punto de reventar de sus blusas nos servían whisky barato. Ahí entramos Jerry Lee Lewis y yo, unos meses antes de su aventura por el Reino Unido, donde unos ingleses mojigatos se ofendieron porque el de Luisiana sacó su peine de forma altanera, para echarse el copete para atrás, le gritaron -¡Maricaaa!-, para después ofender al respetable con esos sonidos del infierno que le sacó a su piano.

Ahí estábamos,  mientras Johnny Burnette tocaba con su Rock and Roll Trio, dándole a "Hound Dog", con ira incontenible, el bajeo hillbilly de Dorsey Burnette, y la guitarra desgarbada pero potente de Burlison como soporte de los gritos callejeros de Johnny.

-trae ese micrófono para acá- gritó Jerry Lee, -tráelo que tengo algo muy importante que decirles a todos-, dijo, mientras terminaba el número de los Burnette.

De su saco, salió una biblia barata y vociferó -Se anulará el pacto que hicieron con la muerte, quedará sin efecto su alianza con el sepulcro, cuando venga la calamidad abrumadora, a ustedes los aplastará, está en el Isaías veintiochooo!-

En medio del silencio desconcertante, se escuchó un gemido, un rumor, al fondo de ese telón de humo que no permitía ver más allá de dos metros. Acto seguido se sentó al piano, y de una patada hacia atrás sacó volando el banco con furia y determinación, y aporreó su instrumento con "End of the Road".

Por ahí alguien lanzó una pantaleta que fue a dar a la cara de Jerry Lee mientras terminaba su canción, pero él la arrancó con violencia y gritó -Maldita sea, tengo al diablo dentroooo!- y continuó con el profano tema "Great Balls of Fire". Créeme estimado lector, lectora, aquello fue como si alguien hubiera encendido el lugar, como si el gas ya estuviera circulando, flotando, esperando que alguien encendiera la llama, todos sentimos ese rumor a incendio. volaron vasos, botellas medo vacías, gritos, alaridos de placer. Tuve que resguardarme debajo de la mesa por seguridad con mi botella de bourbon. Cuando terminó, Jerry Lee le gritó a alguien -¡Chúpame esta negro!- pero oh sorpresa, -¡A tomar por el culo redneck! respondió alguien.

Imaginé que Jerry Lee se volcaría como una fiera hacia aquel valiente que le respondió, el tipo era el mismísimo Chuck Berry, pero por la sorna en su sonrisa, supe que era de broma, precedidos por una risotada compartida, se abrazaron y dijo Chuck -Regreso, voy a mear-. Al abrir la puerta del ¿sanitario? estaban los hermanos Burnette debatiéndose a puñetazos, con las manos ensangrentadas.

-Con permiso camaradas- dijo Chuck para pasar a orinar.

Regresa Chuck, coge su guitarra, comienza con el riff escandaloso de "Johnny B. Goode" y parecía como si el gentío se duplicara, gritos de dolor, de placer por doquier, blasfemias y lamentos. Al terminar, lleno de sudor y con los ojos como platos dijo -quiero que se unan conmigo en esta canción, ya sabemos que tenemos pase automático al infierno... ¡Hey tú Jerry, tú mocoso, que no sé quién demonios seas (dijo dirigiéndose a mí), vengan-!

En eso vi que Bill Black estaba por ahí, el famoso contrabajista de Elvis, y ya estaba tocando su instrumento.

-Cantarás "Drinkin´Wine Spo-Dee O´Dee- dijo Chuck dirigiéndose a mí.

-Pero estoy hasta atrás Chuck- Espeté

-No importa, saldrá mejor- dijo

-Bueno- le contesté  confirmando con mis hombros que no me importaba.

Así tocamos la que originalmente se iba a llamar "Drinkin´ Wine Motherfucker", y fue como si el espíritu de Stick McGhee estuviera presente por ahí. Los Burnette trío se unieron al coro y guitarras, y yo cantaba como podía; mi corazón estaba a punto de reventar, como si ese Rhythm & Blues endiablado me estuviera carcomiendo mis cables internos, el fuego era incesante, y el whisky mi salvación temporal, y  mi perdición futura.

En un momento de éxtasis alguien prendió fuego al piano, y aquello se convirtió en un aquelarre, no sé si fue Jerry Lee, pero todos adoraban al instrumento en llamas, las guitarras sonaban chirriantes, como un preámbulo a lo que haría Jimi Hendrix casi una década después.

Cuando desperté, estaba al lado de un río, con una paz pasmosa como compañera, y un mosquito enorme vomitando mi sangre, porque las cantidades industriales de alcohol que ingerí ofendieron a la misma naturaleza. Lo que más recordaba de aquella noche,  al despertar, es que alguien gritaba insistentemente -Que se joda el Grand Ole Opry!

 

 


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