Una disculpa por mi prolongada ausencia. Estuve fuera del
plano corriente, trabajando en un proyecto para el desarrollo de un producto
que, a pesar de su propuesta revolucionaria en el mercado del rubro
alimentario-entretenimiento, no vio a luz por los resultados nefastos de los
experimentos finales.
Por medio del trabajo multidisciplinario, yo y mis
compañeros trabajamos en desarrollar un producto que satisficiera no sólo el
estómago del cliente, sino su calidad fisiológica y senso-motora, de manera que
la experiencia al consumir el producto derivara en una nueva forma de consumo
más integral, de tal forma que se experimentara, a intervalos variables, de
acuerdo a la constitución somática personal, y experiencias propias lo que sintieron
los acompañantes de Timothy Leary en sus más famosos viajes psicodélicos.
Como mencioné anteriormente, fue un trabajo
multidisciplinario, y cada línea o equipo de investigación se especializó en su
área, lo que conjuntamente dio como resultado, lo que los expertos en
mercadotecnia nombraron como CAN.
CAN era una lata como cualquier otra, y se abría con un abrelatas
corriente, ya que fue sugerencia de los expertos en psicología, neurociencias,
psiquiatría, etc., pues coincidieron que era indispensable para activar las
zonas primitivas del cerebro, de manera tal, que el consumidor experimentara
una "sensación total". Esto en segundo lugar, ya que la primera
experiencia era visual, porque la lata no tenía forma, ni dimensión concreta,
mucho menos color definido, ya que la lata, a lo lejos, sólo era un vehículo
que expresaba los deseos o temores más inmediatos; de tal suerte que había
personas que confundían la lata con un rascacielos, o una escalera infinita,
con movimiento interno, como una escalera eléctrica al cielo, o al infierno,
según la persona. Otros sólo lograban verlas cuando alguien les comunicaba su presencia,
de manera que su ceguera se convertía en una borrosa visión, de la que sacaban
conclusiones extrañas. Es de señalar que, de este grupos de personas primero
ciegas, eran generalmente instruidas, gente con muchos títulos universitarios y
académicos.
Según los sociólogos, el grueso de la población que se
sometió a la prueba sólo veía una lata común y corriente de Sopa Campbell, como
las de Andy Warhol. Al parecer estas personas eran grandes consumidores, y estaban a la última moda de los smartphones.
Por otra parte, la experiencia táctil también era distinta, y hubo persona que decían
quemarse al tocar la lata, mientras otros decían que les era imposible asir
una, porque la lata se escurría como renacuajo en las manos.
Cabe destacar que el número de personas que participaron
como voluntarios en el experimento fue notable y significativo, e incluyó gente
de todos los estratos sociales, edades, así como de culturas distintas. Razón
ésta de medir el impacto de la experiencia en poblaciones con experiencias y
modos de vida totalmente distintos.
De todas estas complicaciones, surgió la idea de crear unos
"lentes" de modulación de la experiencia, logrando con éstos una
"Interpretación estándar" con forma y sentido del producto. Sin
embargo, surgen siempre variables imprevistas, propiciando que el objetivo original
del experimento termine por desviarse y salirse de control.
En mi célula de investigación, comandada por la Dra Alma
Villalobos, y en trabajo conjunto con el escritor Tsutsui, nos dimos a la tarea
de diseñar el concepto del producto en fase intermedia, un concepto prediseñado
que constituía la materia prima sobre la que se explayaría el consumidor, de
acuerdo a sus propias experiencias personales.
La Dra Villalobos fue enfática en canalizar las emociones al
nivel microrelato, con formas táctiles, olfativas, visuales y auditivas, de tal
manera que el consumidor creaba su propia historia a partir de un microrelato
prediseñado, elegido al azar de un suculento plato de historias legendarias,
que incluía fragmentos amalgamados de obras de Dostoyevski, Walser, Kafka,
Meyrink, y muchísimos autores consagrados. Todos ellos seleccionados
minuciosamente por la doctora Villalobos.
El escritor por su parte, agregó que sería indispensable una
dosis suministrada vía olfativa de la planta del Olvido que encontró en el
Planeta Porno. Planta que en su estado natural hace olvidar todo al que la roce
levemente.
Mi tarea consistió en seleccionar la música que sería el
trasfondo al momento que la lata se abría, y al momento del desarrollo del
microrelato. Al ver que los expertos en mercadotécnica ya habían puesto nombre
a la lata pensé que la discografía
completa de CAN sería el soundtrack
prefecto que se amoldaría a cualquier circunstancia dentro de la sensación
experimentada.
Lo resultados fueron nefastos, y a pesar de la nobleza de nuestras
intenciones los resultados mostraron que no todos están preparados para tales
experiencias, y como muestra de ello, fuimos testigos de la muerte súbita de
dos personas con sólo abrir la lata, mientras que otros terminaron en el
manicomio, con trastornos similares a los que quieren iniciarse en las artes
mágicas antiguas y sólo consiguen vislumbrar el fuego eterno, que todo lo
consume, por más que se huya de él.
Espero que el proyecto se materialice para bien, y todas las
personas tengan acceso a su lata de CAN. Por el momento el proyecto está en la
congeladora, mientras se resuelven los asuntos legales por las muertes y los trastornos
adquiridos de algunos participantes. Por ahora, mis colegas y yo preferimos no
hablar más del tema, pero se planea desarrollar
una máquina generadora de íncubos y súcubos que puedan viajar a través del
tiempo, así como el desarrollo de teléfono-personas, que sean capaces de
proyectarse en la realidad finita y trabajar en lugar del propietario. Estamos
muy entusiasmados. Estaremos informando en cuanto las circunstancias lo
permitan.