jueves, 30 de enero de 2014

Los invito a mi religión: el rock and roll


El arte es muerte. El Renacimiento, fue una época que vio florecer a los más grandes pintores del planeta. Sin embargo, para llegar al conocimiento, y dominio absoluto del oficio, fueron necesarias atrocidades tales como la profanación de cuerpos, con el fin de conocer los movimientos naturales y las formas del cuerpo humano, pero de forma rigurosa. Con el auspicio de clérigos y miembros de congregaciones religiosas, incluso el también  escultor y arquitecto Miguel Ángel, violó esta regla básica de la Iglesia para conocer a fondo el arte.

La iluminación de toda una camada de artistas de diferentes disciplinas, fue también, un renacer del dogma, que gracias a los funcionarios religiosos, se autoafirmaba artísticamente.

Incluso hubo artistas que optaron por la reclusión monástica, porque la genialidad está también imbuida de terror  y religiosidad.  Hugo van der Goes, fue uno de ellos. La desesperación y la fijación absoluta por el arte, reavivó los ánimos que convirtió a muchos artistas en santos, y a otros en diablos.

Dijo una vez el pintor Niccolò  Cassana respecto de su oficio: "Quiero espíritu en esta figura, quiero que hable, que se mueva, y quiero que circule sangre por sus venas".

Pero la relación entre el monasterio y el arte no termina en una época.

En los años sesenta  del siglo XX, en plena fiebre por el rock and roll, unos palurdos alemanes decidieron fundar la una secta llamada The Monks. Tomaron los instrumentos básicos, pero también añadieron un órgano Philicorda, al que le arrancaron sonidos suficientes para sacarle todas las confesiones al más agreste criminal. Así, tomaron sus cogullas y recibieron la tonsura de la orden del garage rock.

La influencia de su congregación pervive hasta el día de hoy, al grado de que muchos grupos de tendencia rupestre quieren sonar como monos con palos, sin embargo, la brutalidad y ferocidad con que estos monjes tocaron es inigualable.  La secta que fundaron tuvo sus similares en tierras Incas, con Los Saicos, y sus antecedentes en tierras americanas con The Trashmen, sin embargo, los teutones llevaron al límite el dogma del rock.

De 1966 es el documento sonoro que nos legaron, el cual aún puede provocar convulsiones y hasta riñas callejeras.  Escúchelo a todo volumen, y tire sus discos de White Stripes al inodoro.


 

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