El rock es una quimera, y tal como los que practican la teúrgia, lo que quieren tocarlo necesitan tener en su alma los clavos bien puestos de las enseñanzas primigenias. Invocar a los muertos es un arte que no es exclusivo de los brujos y los nigromantes.
La música en general es la abstracción de la eternidad en notas musicales.
Sucede con las grandes bandas que aún pueden con parvos elementos convertir el ambiente del escucha en un verdadero infierno. Un ambiente donde respirar se dificulta y la lumbre quema las mejillas. ¿No es la angustia lo que nos hacer querer la vida y no la muerte? ¿No son las situaciones difíciles las que pueden convertir al templado en loco?
Lo que sucedió durante la tragedia de Altamont en 1969 pervivió durante décadas en la conciencia de la juventud rockera. Lo significativo es que sucedió mientras tocaban los hijos predilectos del Diablo: The Rolling Stones. Lo que iba ser una fiesta terminó en algo funesto y lamentable: el asesinato de un hombre "negro" a manos de los Hells Angels.
Tenemos aquí la relación del nombre de la banda con su música: motocicletas, violencia, cervezas y lujuria descomunal.
Experimentar la velocidad en una motocicleta que está a punto de volcarse a la nada es similar a lo que me pasa con la música de The Lords of Altamont.
El predicador Jake Cavaliere ex Bombora, es quien declama la derrota del rock e invoca a los muertos para revivirlo. Ahí están The Stooges, MC5, ? and the Mysterians, The Sonics, Paul Revere and the Raiders, y los infaltables Rolling Stones.
The Lords of Altamont suena a todas esas buenas bandas que nos recuerdan el origen de la diversión: la sangre saliendo por debajo de la puerta que separa la fiesta del mundo exterior.
