Fui por ahí de los años 70's cuando
nos reunimos Lester Bangs, John Peel y un servidor para discutir acerca del
futuro del rock norteamericano. El punto
de reunión mi fue mi humilde morada. Lester ya venía puesto con un coctel de
barbitúricos y bourbon. John aceptó una cuba de Bacardi blanco, y yo me puse a
tono con unas cervezas bien frías.
Lester babeaba como perro y de
repente decía: da dada do rock. John Peel con su solvencia y apuesta manera de
llevar la conversación me refirió que veía al rock norteamericano como un coche
antiguo destartalado, a lo que refuté que algunas bandas como The Mothers Of
Invention, The Stooges, etc. eran una prueba fehaciente del desarrollo del
género, pero insistió en la falta de "personalidad" y sentido
trascendental que al contrario, sí tenían grupos del Viejo Continente.
Con su gracejo particular y
agudeza para detectar buenos grupos dijo que probablemente The Ramones eran el
diamante en bruto. Así fuimos pasando
revista de grupos de todos los frentes, desde los más radicales, los más
comerciales, los más experimentales hasta los más underground; de estos últimos
John Peel era experto, pues conocía a los grupos antes de que se formaran.
En algún momento entraron las
chicas que invité a deleitar a mis invitados de lujo. Las tres no pasaban de
los 30 años. Clarita, era la morena con corsé y medias de cuadritos con encaje,
las ondulaciones de su cabello daban la impresión de un spaguetti moreno. Pame,
la segunda dama, venía, no sé el porqué, con un
vestido tipo victoriano, donde apenas se notaban sus frágiles tobillos. Pame
era rubia, de cabello lacio, a media cintura, y tenía unos ojos de monja, o de
ciega. La última, que no recuerdo su nombre, era la histérica, que desde el primer
momento lanzó su grito de desaprobación por el estado de Lester, quien en un
intento fallido trató de follarla en el mismo instante de su llegada, lo cual
no ocurrió debido al cortés y prudente golpe que le proporcionó John en la
quijada. Ésta última no era realmente atractiva, pero venía ataviada como
prostituta de la Merced, y probablemente en combinación con sus rasgos
zapotecas inspiró a Lester a fantasear con el eterno ideal de colonización.
Lester Durmió por eso de unas 2
horas y cuarto, mientras yo iba y ponía algunos discos, esperando la aprobación
del gran John. En la plática nunca mencionamos temas políticos y demás
verdulerías. Pero en cuanto despertó Lester, comenzó el infierno. Tirado en el
piso mojado por un trago tirado dijo, al tiempo que señalaba a la tercera
muchacha anónima: ¡Hija de perra nos vas a matar pendeja! En efecto, la
señorita x había puesto algo en nuestros tragos porque en cuando escuché el
grito mi casa era un parque de alhucemas fosforescentes, y John Peel disfrutaba
de un felatio de parte de Clarita. En otro instante, como si Lester nos hubiera
leído la mente dijo: ¡no sean idiotas, el rock norteamericano es el futuro, y
la nave que va hacia allá se llama Grand Funk! En efecto nos tardamos mucho
para aceptar el axioma. En unos cuantos pasos saqué el segundo álbum de los
Grand, el llamado "Red Album" y lo puse a todo volumen. Acto seguido,
inició la orgía musical.
Lester fue el conejillo de indias
para la bolsa de enema que trajo la señorita x. Al parecer le introdujo alguna
droga que lo puso como loco a dictar rabietas contra los republicanos en su
país. John Peel estaba disfrutando del sexo
al compás del rock duro y cabrón de lo que consideramos como la mejor
banda gringa.
Yo sólo me senté a observar a
esos locos, mientras la rubia mojigata sólo me miraba con sus ojos de océano
pacífico, que por segundos, parecía saltar un delfín de uno de ellos.