¿Era aquella música un simple recuerdo de la psicodelia que sacudió al sur de EE.UU.?
Definitivamente no. Roky Erickson dejó su sagrado testamento en unas cintas que hasta hoy perviven.
En cuando la bocina gritó, Roky Erickson asomó por la aspillera de la pared que no tiene aspillera. Su ojo traspasó las comisuras de la dimensión que es y que fue, y no será nunca más. Apareció. Traía consigo a Elvis Presley y a un ser mitad cabrío y mitad humano. Lo sujetaban como se sujeta a un enfermo. Pero lo hacían con un respeto que me recordó al sacerdote cuando recibí mi primera hostia en calidad de iniciado. De hecho Roky venía arropado con sotana luminosa, lo que brillaba eran las estrellas incurstadas en la prenda. Tal fue su resplandor, que por algún momento, no supe si era el alba de un día de primavera en la pirámide del Sol. Cuando recuperé la vista, noté también la muceta que parecía un pieza del cuerpo completo de Roky. Como cuando vemos a esas personas, de las que uno no duda ni un segundo de su santidad. Todo les pertenece, incluso su voz, que se ha vuelto ya propiedad privada.
Los que distinguí después, fue el perro de dos cabezas que venía sujetado por una cadena que semejaba a la tela urdida en calabozos. El guiado por el animal que babeaba pus, era nada más y nada menos que Bo Diddley, quien traía sus ilustres gafas negras de pasta gruesa. Sin embargo, por el movimiento de su lazarillo, no dudé en sospechar que Bo estaba ciego. Y sudaba.
Por lo acuciante del momento, permanecí en el sofá inmóvil. Mis manos tiritaban al parejo de las gotas de sudor que Bo Diddley desprendía a cada ladrido del animal bicéfalo. Mientras Roky gruñía: Now I'm home, I'm home!
Inmediatamente el brazo de una guitarra golpeó mi cabeza inesperadamente. La banda estaba completa, los 13th floor elevators, habían llegado. En un abrir y cerrar de ojos, el animal ya estaba encima de mí, con sus ojos de pitbull y sus patas de fuego sobre mi abdomen. En cuanto volteé,vi a Roky en el atanor, que por la forma, remitía a la Edad Media. Roky veía algo que no vi. De pronto,algo brotó del suelo. Como hongos, aparecieron hombres de pequeña estatura, desnudos, sin pene, tampoco tenían senos. Se abalanzaron sobre Roky y comenzaron a hacerle cosquillas en todo el cuerpo. Roky sólo reía, todos los demás, incluso el perro, comenzamos a reír también.
El disco del mismo nombre, fue el conjuro al infierno. Fueron minutos. Pero suficientes, como para no volverlo a hacer.